POR: RAÚL
PACHECO BLANCO.
Resulta interesante analizar la personalidad y la vida política
de Julio César Turbay, bajo tres perspectivas: el clientelismo, su inserción en
la élite, no obstante la despectiva consideración de “turco” y una concepción
moralista que va con la cultura nuestra. Antes, una pequeña historia para la
gente joven que no lo conoció. Hijo de una profesora de escuela y de un
inmigrante libanes fue capaz de hacer una carrera política muy brillante, en la
época en que Alberto y Carlos Lleras eran los dominantes en la política
liberal. Se dio el lujo de humillar, desde luego después de humillarse mucho él,
ante ellos, a Carlos cuando le ganó el pulso por la candidatura liberal. Era un
hombre elegante, vestido siempre de corbatín para seguir la moda de Alfonso
López Pumarejo y de un sabio manejo de las personas y de las cosas. Se dio el
lujo también, de aprovechar su presidencia para irse de fiesta con comitiva abordo,
por las principales ciudades el país, pero sobre todo, a Cúcuta, donde el
obispo de la época tuvo que ver con él por sus repetidas hazañas de salón. A
Turbay no se le entró el elefante a la casa como al presidente Samper, sino el
bailarín y el conquistador otoñal. Pero vamos al grano: en cuanto al clientelismo,
creó toda una escuela desde sus inicios en la política como diputado a la
asamblea de Cundinamarca. Hacía política las veinticuatro horas del día y sobre
todo, se dedicó a servir a sus amigos, buscándoles puesto, sin olvidar también
pequeños detalles como la tarjeta de navidad, el saludo desde lejanas tierras cuando
estaba en una embajada, el saludo cariñoso en los encuentros fortuitos, en fin.
Un seductor de la política. De ahí que se ganara una cauda de seguidores que lo
acompañaban para hacer las convenciones, en las cuales era un maestro, para
arreglarlas a su modo y manera, hasta convertirse en el amo y señor de un
liberalismo que lo tuvo en su momento como su jefe único, tras agotarse el
ciclo de los Lleras. De ahí pues, sus seguidores se convertían en una clientela
cautiva. Luego su inserción en la política, después del descalabro de Gabriel
Turbay, quien no pasó el examen de la clase política colombiana y con el baldón
de “turco no”, escrito en todas las paredes de Colombia, cuando compitió su
candidatura presidencial con Jorge Eliécer Gaitán, lo detuvieron y lo llevaron
a asilar su depresión en Paris, donde murió muy joven. Turbay Ayala sobrevivió
al estigma de su origen, que por cierto no es turco, sino libanes. Pero tenía
sangre colombiana, cosa que no tenía Gabriel, según Eduardo Santos. En todo
caso se sobrepuso a ese estigma y llegó a la presidencia, creando pues, su
propia casa presidencial. Y como moralista también echó su cuarto a espadas cuando
dijo que se podía echar mano de la plata del estado, pero en sus justas
proporciones. Es decir, una moral de a poquitos, pero en todo caso compasiva
con el tesoro nacional.
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