lunes, 17 de junio de 2019

LA ÚLTIMA NOVELA DE VALLEJO


POR:  RAÚL PACHECO BLANCO

 
Esta vez Vallejo se desdobla en un dictador que le permite liberar todas sus fobias y proceder a fusilar a todo el mundo: al papa Francisco, a la religión católica, a los expresidentes todos, pero con especial saña  a César Gaviria a quien no le perdona sus deslices heterosexuales, bordeando la injuria.

 Por eso a veces no sabe uno si está hablando Vallejo o el dictador, pues vienen a ser una misma persona.

Al principio de la lectura de su novela, uno se hace la consideración: es  de más de lo mismo, con sus expresiones de grueso calibre y sus fobias contra las mujeres, los colombianos, pero luego va tomando forma el discurso y es donde uno admira la rica prosa que maneja, tan difícil porque se puede llegar fácilmente a la retórica, pero él desde luego no llega. Y se admira también de la cultura que permea todo lo escribe, porque por ahí saltan conocimientos de física, de la teoría de la relatividad, de religión, de literatura, de ciencia, como lo dejó muy claro en el libro ”La Puta de Babilonia”, donde pone contra la pared a la religión católica.

Conoce al dedillo la psicología  del hombre que va al volante, sea de una moto o de un automóvil  y cuando ve un  peatón en la vía, acelera, el hp…

El libro no tiene  capítulos y está escrito como para leerlo de un solo tirón. Se  repite si mucho a través de todo el texto.

Y el dictador también es homosexual, como él y, antioqueño también y, despacha también en el palacio de Nariño o en el de la carrera, hasta que se muda a Casablanca, su casa. Así pues, es un dictador de bolsillo. Por eso no desperdicia  ocasión para poner en entre dicho a la mujer, llamándola a juicio y se desgrana en fantasías cuando habla de los hombres.

La emprende contra el consumismo igual que contra Cristina Kischtner, a quien no puede ver ni pintada, quizá por esos difíciles ángulos de su rostro, que por unos ángulos  se ve agraciada y por otros no.

Por eso se va lanza en ristre contra los almacenes Éxito, que mantiene enajenado al colombiano ávido de comprar cosas y más cosas.

Llega al poder, luego de un golpe de estado militar dado al presidente Duque y lo entroniza a él, para empezar a fusilar a todo el mundo y ñor Raimundo.

Cuando se retira del poder llega  de nuevo a Casablanca, la casa familiar que lo mantiene alejado de la antioqueñidad y de la colombianidad.

Para él el tiempo no existe y por eso después de dejar el poder, sigue mandado y fusilando a los que todavía no han merecido su castigo.

Pasa un rato agradable el lector luego de trajinar por sus páginas apretadas de insultos y palabras de grueso calibre, sobre todo, para los expresidentes, a quienes ama bajo sus garras.

martes, 11 de junio de 2019

LA BATALLLA POR LA PAZ DE JUAN MANUEL SANTOS


POR: RAUL PACHECO BLANCO

El libro del expresidente Juan Manuel Santos sobre el proceso de paz es el testimonio de primera mano de uno de sus actores, escrito en estilo periodístico, con capítulos cortos que permiten respirar al lector y empaparse de la historia, sin sosobra. Pero ya al entrar en materia, tiene sus complejidades: el expresidente Santos maneja una personalidad igualmente  compleja  y  su obra de gobierno, sujeta a las apreciaciones  del crítico complica aún más las cosas.

Por ejemplo: Si el lector es uribista, no le perdona nada de lo que hizo el expresidente y lo condena a cadena perpetua, porque le concedió  todo lo que pudo a la guerrilla para que se desmovilizara y entregara las armas.

Y si es santista, encontrará que si bien él no derrotó a las Frac, en plano militar, fue su “verdugo”, organizó con todo el tiempo del mundo el proceso con la guerrilla, lo perfeccionó de tal modo, como el expresidente se encarga de señalar, teniendo en cuenta los yerros de los procesos anteriores, hasta entregar un modelo para el mundo de lo que debe ser un  proceso de paz.

Hecha esta advertencia podemos señalar que la historia del proceso es muy completa, desde que empezó a trabajar en el diseño, llegando a asustar a Samper Pizano, quien pensó en un golpe de estado, alineado con la guerrilla de las Farc, hasta que concluyó con la entrega de armas por parte de la guerrilla y la firma del acuerdo final.

En esa época, para la situación tan difícil que vivían con el proceso 8.000, Samper y Serpa  inventaban golpes de estado, por aquí y por allá, como otro dado por constitucionalistas tan pacíficos como el doctor Sáchica.

Viene el escogimiento de los voceros del gobierno para su encuentro en la Habana con los representantes a su vez de los guerrilleros: Humberto de la Calle como jefe de la misión, Juan Carlos Pinzón y Sergio Jaramillo, quienes habían sus viceministros y por parte de la guerrilla, Márquez, hoy fugitivo, quien presidia la delegación fariana.

Este equipo trabajó fuertemente en la Habana hasta llegar a un punto muerto. Y es entonces cuando el expresidente resuelve pasarle la pelota a una comisión de juristas, cosa que a de la Calle no le gustó ni cinco, pues prácticamente descalificaba el trabajo hecho hasta ese momento  y traía ruidos al sistema, como evidentemente ocurrió,  cuando la guerrilla se rodeó de un  equipo formado por Santiago, un abogado comunista español, quien se los comió a cuentos y les impuso que la negociación debía realizarse a través de un tratado, como si se tratara de un conflicto entre naciones y no un modesto arreglo con un grupo guerrillero. A partir de ahí se desequilibró el juego.

El expresidente Santos es un tanto minimalista cuando pone en cabeza de Uribe el voto por el no, cuando la mayoría de las personas que votaron en contra del plebiscito no eran uribistas. Fue una expresión popular que no llegó a entender el expresidente.

La mitad del libro son elogios, tanto para él,  como para el proceso de paz.

Y parte de la base de una paz asegurada, cuando se trata solamente de la desmovilización de una guerrilla, como lo pudo ser en la época de Betancur con el M 19, u otros movimientos guerrilleros que han pactado con el estado. En esta oportunidad se desmovilizaron las Farc. La paz está todavía cruda.

Tan cruda que el Espectador (28 de abril de 2.019)  publicó una investigación que tituló El Nuevo Mapa de la Guerra: un país sin posconflicto, en donde señala las zonas de violencia existentes: Bajo Cauca, donde operan el ELN , el comando antiparamilitar, disidencia de las Farc, las autodefensas gaitanistas, los Caparrapos y los Pachelly , el corredor central donde operan las Agc, los Puntilleros y  el bloque suroriental , en suroccidente, donde están presentes las Agc, La Cordillera, la Empresa , Los rastrojos , enfrentados al ELN, el Epl  y disidencias de las Farc, como el Comando Conjunto Occidental Nuevo Sexto Frente , el frente Oliver Sinisterrra, La Fuerza Unida del pacifico, los de Juvenal, los de Pija y el Movimiento Revolucionario Campesino. Y el Catatumbo , con zonas críticas como El Carmen, Ábrego, El Tarra, Hacari, Ocaña, San Calixto, Teorama y Tibú, donde operan el ELN y el EPL y, para no hacernos largos, en el Urabá antiqueño, y Chocó, además el Putumayo. Y pare de contar.

¿En esta forma, en dónde está la paz?