Yo no sé cómo haría política una persona como Serrano Blanco
cuando al llegar a un pueblo le presentaban el directorio conservador y él apenas
comentaba : si
estos son los miembros , ¿cómo serán las pelotas?. Pero fue la gran figura del conservatismo en
los años veinte, precisamente cuando se vivía una época de postconflicto luego
de la guerra de los Mi Días. Era tan talentoso que se distinguió en sus estudios de derecho en la Universidad
del Rosario alcanzando el grado de colegial que solo a privilegiados se les
concedía. Y en la asamblea de Santander cuando esta era un verdadero parlamento,
porque allí estaban Laureano Gómez, Gabriel Turbay, José Camacho Carreño, brilló por su palabra en medio de tantas
privilegiadas cabezas. El era un maestro de la oratoria, sobre todo en los
tonos bajos, que como en los cantantes , es cuando se pueden apreciar las
calidades de la voz y del pensamiento aunadas para producir maravillas. Se
recogía en la tribuna en medio de un estremecimiento telúrico que le penetraba
el alma. Era como una implosión que se daba lentamente, como si el agobio se
prolongara para expresar toda clase de emociones . Yo lo escuché en la inauguración del parque Turbay, cuando
recordaba a su émulo político pero amigo
Gabriel Turbay. Eduardo Durán lo retoma
en sus mejores aspectos, bien sea el orador, o el demoledor con su humor negro
que se ve presente en multitud de anécdotas. Porque si en algo hay riqueza en
él, es en sus anécdotas. Como aquella en que se vio envuelto en una pelea con
un chofer de camión y cuando se vio perdido, por tanta impotencia física, se
arrodilló y ofreció su cabeza calva a su contrincante y le dijo :
Atrévase a pegarle a esta cabeza ilustre. Luego sus defensas ante el jurado
fueron famosas, en donde seguramente no saldrían a relucir sus conocimientos
penales, sino su conocimiento del alma humana, del hombre de carne y hueso que
tiene gran capacidad para el estremecimiento
y la emoción. Como escritor era un clásico en comparación con el lenguaje
barroco de José Camacho Carreño, quien le daba vuelta a la frase hasta que tuviera
la arquitectura de una catedral. Serrano castigaba más la frase , la hacía cercana,
pero al mismo tiempo con la pureza de
las cosas originales. Eduardo Durán Gómez recogió con extrema dedicación en su
libro Serrano Blanco, la elocuencia de un líder, todas estas facetas .
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