POR: RAUL
PACHECO BLANCO.
Había un programa de televisión todos los domingos que se llamaba
el crucero del amor, The love boat, en
donde podía ver uno a Bernie Kopell , Gavin Mac Leod y Julie Mac Coy, disfrutando del placer de la vida burguesa, desperezándose en crucero
sobre el mar que daba para la nostalgia. Ese programa alimentó muchas fantasías y dejó un grato sabor. Los años fueron pasando y quedó ese crucero allá metido en la bruma del recuerdo. Afortunadamente
se nos volvió a presentar la oportunidad de despertar esa nostalgia, cuando supimos que la presidenta de la
Honorable Corte de Justicia se hallaba en la mar junto con un notable cortejo
de magistrados subalternos, que trataban de rendirle cortesía por la cercanía
de su cumpleaños. Y sobre todo, por lo cercana de la nominación para suplir vacantes en la Corte
. Oportunidad tan calva como ésta no se
podía desperdiciar para llenar de atenciones a la nominadora, tan bella como
cordial. A ella ,afortunadamente , la puso a salvo de cualquier mal entendido
la compra de los pasajes por parte de su hijo en el día de la madre. Y no
solamente eso, sino que ella también, no para cubrir apariencias, sino por su
constante inquietud intelectual y su deseo de acierto como de estar al día, se
llevó los expedientes de casos pendientes para tratar de encontrar allá en la certeza
del camarote, o eventualmente al lado de la piscina la luz suficiente para
producir aquellos fallos de enmarcar y que generalmente blasonan a nuestros
magistrados. Fue una dicha tal acierto, pues de pronto gente malpensada creería
que ella se desplazaba hasta la mar
únicamente en función de placer, cuando lo era en función de trabajo,
distinción que es bueno anotar para
evitar suspicacias. Bien sabemos que el aire de la mar y su ambiente salobre
son propicios a la creación y aunque una sentencia no es del todo una creación,
si puede ser un tanto más brillante que otras, que suelen ser muy ladrilludas y llenas de una jeringonza solo
propia para rábulas. La mar lleva un lenguaje castizo y claro y como que se
hermana con el derecho y la buena dicción, cuando se está en alta mar, cuando
los tiburones merodean la sangre caliente de los pasajeros y sobre todo del
capitán. De toda esta experiencia solo
le pedimos a la honorable magistrada, que cuando publique su sentencia nos diga que ésa fue la que produjo
en alta mar, para que gocemos tanto de la sabiduría innata, como de la belleza
de la forma, que seguramente estará hecha en piedra de Barichara . La honorable
presidenta dejó en todo caso para la
historia una experiencia que hasta el momento no se había presentado, que es la
de elaborar sentencias en alta mar. El nivel
intelectual se dejará ver al comparar las otras sentencias producidas por los
magistrados auxiliares , o por lo menos retocadas y corregidas por ellos y, ésta,
que llevará el sello inconfundible de la
mar. Lo que si nos parece de mala
educación es la de haberse encerrado en
su cuarto para producir sentencias en lugar de salir a departir con los
magistrados de Tribunal que querían homenajearla y estar con ella, para que
tuviera oportunidad de analizarlos, de valorarlos ,para cuando se produjera la
elección para llenar las vacantes en la Corte.
Desilucionados debieron quedar
esos magistrados, que sacaron el tiempo de su trabajo para entregárselo a la
presidenta de la Corte y ésta en lugar de acogerlos, les hizo un desplante torero y se fue para su camarote a producir sentencias
a la lata.
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