RAÚL PACHECO BLANCO.
Nuestra postmodernidad viene a coincidir con la irrupción de
la generación del Nuevo Milenio, cuando en los años noventa se entraba en el
debate de las candidaturas presidenciales. Los partidos políticos ya habían
quemado sus respectivas influencias, tanto el liberalismo por el lado
socialista y el conservatismo por los lados del fascismo. Es decir, los grandes
metarrelatos entraban en declive, lo que significó al mismo tiempo la decadencia de los partidos.
Ya esta generación está más despolitizada,
no vive el sectarismo de las anteriores y se encuentra de pronto con dos
grandes problemas en el orden interno: la guerrilla y el narcotráfico. De ahí
que todos sus miembros, es decir, los presidentes Cesar Gaviria, Ernesto
Samper, Andrés Pastrana, Alvaro Uribe y Juan Manuel Santos, estarán dedicados a
combatirlos, con diferente fortuna es cierto, pero con la decisión de hacerlo.
Gaviria tiene que habérselas también con una época en que el neoliberalismo
hacia carrera y la apertura de los mercados era la orden del día. De ahí que el
modelo socialdemócrata que se planteó en
la constitución del 91 devino en simple
neoliberalismo. Gaviria abrió los mercados. Samper no pudo con el problema del
narcotráfico y se enredó en él. Si Gaviria tuvo que aceptar la presión del
narcotráfico al prohibir la extradición en la constitución, Samper fue
considerado por los mismos narcotraficantes, como “su” presidente. Andrés
Pastrana fue producto de la televisión y lo llevó al gobierno, pero sin la base
de un partido conservador pudiente, pues ya para esa época no tenía el mismo
musculo electoral que tuvo. Hizo un gran esfuerzo para acabar con la guerrilla
pero le salió el tiro por la culata. A
tal punto, que esto vino a ser la base para que Alvaro Uribe llegara a la
presidencia al proclamar una política de mano dura con la guerrilla. Mientras
tanto, el otro gran problema, el narcotráfico, seguía creciendo en combinación
de mercados con la guerrilla. Uribe se empleó a fondo y fue el más exitoso de los presidentes
en ese combate. Pero tampoco pudo. El a su vez, copa el espacio tradicional del
conservatismo, corriéndose a la derecha y creando una fuerza electoral nueva. Y
Juan Manuel Santos es el peso de la
tradición, que se convierte en un vehículo político de alto alcance, pues lleva
adelante la política de sometimiento de la guerrilla, sin el mayor rubor
jurídico y con una espantable desnudez realista. El realiza la faena que todos
quisieron hacer pero no les cuajó. De ponto la guerrilla quería pactar con el
que era: el personero de la oligarquía.
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