POR: RAÚL PACHECO BLANCO.
Siempre nos hemos considerado un país violento. Pero no sabemos
cuál ha sido su origen. En qué época se incubó y se propagó para convertir la
violencia en una costumbre nacional. O
la cosa es genética. Para Enrique Serrano esto no es cierto, pues en los
cálculos que hacemos no incluimos los trescientos años de dominación española, en
que solo fue roto el orden por la rebelión comunera. De acuerdo con esta
hipótesis, la violencia es producto de las guerras libertadoras, pues a partir
de ahí las cosas empezaron a cambiar, pue apenas acabábamos de salir de la independencia,
cuando entramos en la patria boba, para seguir matándonos entre centralistas y
federalistas. Luego se retoma en la época radical, cuando la ilustración entró
al ritmo de la letra con sangre, dentra. Esto generó la reacción de Núñez y los
independientes, que ganaron en la batalla de la Humareda. Vamos en 1,863 y
1.886. Ante el reto de la Regeneración, viene la respuesta de la guerra de los
Mil Días, al finalizar el siglo. Y esta respuesta se prolonga en los años 30 en
el gobierno de Olaya Herrera, pues el conservatismo no se resigna a no ser gobierno
y el liberalismo aprieta las tuercas .El conservatismo a su vez se desquita en
los años 50 en los gobiernos de Ospina y de Laureano Gómez. Y viene como
salvador el general Rojas Pinilla para imponer la paz. ¿Cuántas paces llevamos
hasta aquí? Vaya Dios a saberlo. Lo cierto es que Esteban Constaín en estupendo
artículo en El Tiempo (3 –X-016) retoma la historia de la violencia a partir de
ahí, cuando los dos partidos unidos, liberales y conservadores crean el Frente
Nacional para repartirse el poder. Entonces se decretó el plebiscito para imponer la paz. Esta paz
incubó una nueva violencia, porque los rojistas se fueron a la guerra y crearon
el M19. Las Farc derrotadas ideológicamente buscaron la financiación por los lados
del narcotráfico, desvirtuando así su
papel eminentemente político y altruista, como ha considerado la ley el delito
político. Ya en franca decadencia el movimiento guerrillero latinoamericano,
sus inspiradores, Fidel Castro y Hugo Chávez resolvieron encauzar sus fuerzas para
que movimientos como las Farc entraran en la política para conquistar el poder, como
ellos lo habían hecho. Porque si tuvieron argumentos para crear la acción guerrillera,
su propio fracaso aconsejaba seguir trabajando por una solución negociada. Los
argumentos se doblaban. Y vino la negociación que se convirtió en una piñata de ofrecimientos irresistibles
para la guerrilla y con un estado débil y un presidente débil como Santos,
según Hernando Gómez Buendía, la guerrilla coronó la faena. Y como quedan
restos de la violencia atacada, estas negociaciones son el caldo de cultivo de
nuevas fuerzas violentas que busquen conseguir un buen arreglo a la luz del
constitucionalismo de la Habana.
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