POR: RAUL PACHECO
BLANCO.
Cuando éramos niños, queríamos ser locutores deportivos como
Carlos Arturo Rueda. La modulación de la voz, la fonética propia del futbol,
elevada a la enésima potencia por la magia de Carlos Arturo para cantar los
goles y las jugadas de postín, todo eso nos seducía.
En el colegio, cuando
nos dejaban un micrófono para transmitir un partido de básquet , lo hacíamos en
el mismo tono de Carlos Arturo, o por lo menos tratando de acercarse a esa
fonética que se nos hacía maravillosa. Solo cuando Xavier Carreño Harker, eximio
poeta y compañero de curso nos hizo una examen de locución y todos lo hicimos remedando a Carlos Arturo, nos descalificó de
tal manera, que nunca lo volvimos a hacer.
Carlos Arturo Rueda tenia ascendencia santandereana, pero su
padre se había ido para Costa Rica, y allí nació Carlos Arturo, pero con los
años, le dio por probar suerte en la patria de sus mayores y se quedó. Pero
cayó parado, como ídolo nacional. En los
colegios y en las universidades y los días de futbol no se hablaba de otra
cosa, que de las narraciones de Carlos Arturo.
Lo mismo cuando empezaron las vueltas ciclísticas a Colombia
y se montaba también en las camionetas de las cadenas y se dedicaba a ponerle
apodos a los ciclistas., a entrevistarlos, a hacer comentarios muy breves y sin
mayor profundidad.
Era una etapa primitiva
de la narración deportiva, donde contaba más que todo la voz y poco se hacían
comentarios de algún calado, para ejercer el sano ejercicio de la critica.
Carlos Arturo, quien era un hombre elemental, solo se devanaba los sesos tratando
de acomodarle un nombre al ciclista triunfador : el torito de don Matías, el
zapaterito de Honda y así por el estilo.
Pero eso fue
cambiando y apareció otro periodismo deportivo con mayor
preparación, más técnico. Entraron profesionales a tomarse la radio y ellos
empezaron a darle la vuelta de tornillo
a aquella vieja concepción de la transmisión.
Fue cuando apareció
Hernán Peláez , un ingeniero químico,
que dejo su profesión para dedicarse al deporte, al fútbol sobre todo. Pero
poniéndole ciencia. Ya él le sacó el cuerpo a la narración de partidos, lo
dejaba quizá para los tenores y, se
dedicó a la crítica, al comentario, con la sapiencia suficiente para analizar los partidos con un criterio definido y sin ponerle apodos a los jugadores.
Esto lo dejaría para su programa radical, la Luciérnaga, en
donde su sentido del humor lo ha llevado a crear y consolidar un programa de
humor y de noticias que no tiene par en el país y que ha sobrevivido ya veinte años.
No hay taxista, empleado, funcionario alto o bajo que no
sintonice la luciérnaga para saber con gracia lo que está ocurriendo en el país
. En el caso de la narración, también se
pasó de la mula al avión. Hernán Peláez
le dio alcurnia y altura al análisis de las estrategias y tácticas de los
equipos, hasta constituirse en una verdadera biblia para saber en donde está el
buen fútbol.
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