POR: RAÚL PACHECO BLANCO.
Para ser presidente de Colombia se requiere tener un
apellido que lo respalde históricamente, ojalá con un par de siglos de
antigüedad y que las circunstancias del momento se den, para que los distintos
factores de poder se alineen y produzcan el resultado apetecido. Entre los
últimos presidentes que hemos tenido a partir de Virgilio Barco, por ejemplo,
solo Turbay Ayala, Belisario Betancur y Alvaro Uribe no pertenecen a las
familias escogidas. Pero por lo mismo, han tenido que apegarse a una familia
determinada con el status suficiente como para que les garantice la llegada a
la Presidencia. Virgilio Barco tuvo que recibir el beneplácito de la Casa
López, recuerden aquella frase de López Michelsen, ¿si no es Barco, quién? Y
desde luego de la casa Santos con el periódico El Tiempo a la cabeza. Belisario
tuvo que hacerse a la sombra de la familia Gómez, morder el áspero sabor de la
disciplina para perros y la displicencia con que lo miraban los Gómez, para
poder aspirar al cargo. En igual forma Turbay Ayala, quien hizo lo propio con
las familias Lleras y López, a las cuales les sirvió humildemente hasta que le
llegó el momento de sacar pecho y aspirar. Pero era bien mirado por las dos familias,
pues no parecía que aspirara a rivalizar con ellos, o sea, lo que no le
permitieron a Gabriel Turbay y a Jorge Eliécer Gaitán. Y Alvaro Uribe no
obstante contar con el apoyo de fuerzas tan determinantes en su momento como el
paramilitarismo, siempre le pidió permiso a la casa Santos para existir
políticamente. De ahí que cuando tuvo que acudir a su fórmula vicepresidencial,
escogió a Pacho Santos, cuando El Tiempo todavía pertenecía a esa casa. Y luego
escogió a Juan Manuel Santos como su sucesor. En tanto que las casas presidenciales de más antigüedad,
llevaron a dos López a la presidencia, dos Pastrana, un Ospina para que este
después le devolviera la atención a Laureano Gómez, un Gaviria, cuyo turno era
para la casa Galán, filial de la casa Santos, un Samper y dos Santos, un
Valencia y dos Lleras. De ahí que sea
muy importante saber a cuál casa se arrima, porque si hay una casa desprestigiada,
se genera un veto que hace negativos todos los esfuerzos de coronar. No hay
sino que mirar al tinglado para darse cuenta del fenómeno y apreciarlo en toda
su integridad, para no acercarse tanto a
un expresidente que tenga rabo de paja.
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