POR: RAUL PACHECO
BLANCO.
Estábamos acostumbrados a que Voltaire y Rousseau eran los malos del paseo, porque iban contra Dios y la Iglesia, como si fueran una sola cosa, y habían
acaparado tanto la popularidad de su pensamiento como el radicalismo de sus
posturas intelectuales, sobre todo por la reacción que suscitaron por parte de
la Iglesia Católica .
Contra ellos se enderezaron
las dardos más envenenados al punto de darnos la versión de un Voltaire no
solamente ateo, sino también libertino y faltón. Y contra Rousseau por parte del viejo conservatismo por sus
ideales democráticos que arrasaban con una monarquía que estaba en la flor de
sus concepciones.
Ahora Philipe Blom ( Gente Peligrosa, Editorial Anagrama, ,
2013 ) nos trata de convencer que los verdaderos pensadores radicales y sobre
todo ateos fueron Diderot y el barón de Hollbach.
Este último asumió un liderazgo al concertar en su casa
reuniones y sesiones en las cuales cada quien exponía su pensamiento y venían
las discusiones que a veces se adelantaban con tolerancia y en otras con
vehemencia.
Por allí pasaban filósofos
como Helvetius, David Hume, además de Rousseau, Diderot el autor de la Enciclopedia que reunió todo el pensamiento revolucionario de la
época, y economistas como Adam Smith.
Todos planteaban la primacía de la ciencia contra la
tradición teológica del pensamiento de occidente, en el cual Dios figuraba como
principio y fin de todas las cosas. Ya aquí se entra a cuestionar todas esas
concepciones medioevales y llegan a la conclusión de que por encima de Dios
estaba una naturaleza que se imponía con su orden, fuerza y fortaleza. Además,
el principio del mundo pues, era material, debido a la evolución de la materia,
nada del cuento de la creación divina ni de Adán y Eva, que solo eran fantasías
medioevales.
Pero el más radical
de todos, según Blom, fue el barón D’ Holbach, quien escribió su célebre
libro el “Cristianismo desenmascarado “ ,
en el cual concretó sus ideas materialistas sobre la creación, sobre la primacía de la
materia ,sobre la división entre el alma y el cuerpo, contra aquella de una vida luego de la muerte y superaba su condición de cosa finita. No había para
él vida después de la muerte, como sucede con cualquier especie que habita el
universo.
Todos estábamos hechos de la misma materia y como tal su
vida era perecedera. Y antes por el contrario, hace resaltar la posición deísta
de Rousseau y de Voltaire, quien en ese aspecto si creían en el destino
superior del hombre. Voltaire era un
prestamista y sus mejores clientes eran los católicos apostólicos y
romanos. Nos blanquea pues, la mala imagen de Voltaire., mientras que al barón
D’ Holbach lo resalta como el enemigo personal de Dios.
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