POR: RAUL PACHECO
BLANCO.
Cuando estaba en bachillerato leía un libro titulado “El Imperio de Balcón” , en donde se refería al caso de Benito Mussolini, quien se
embriagaba con la palabra en el balcón del palacio presidencial. Y el Duce se
paseaba como dueño y señor de la palabra y de las multitudes, con su gesto
rampante, su mentón apretado, las manos sobre la cintura y el ademán fiero. Era la locura. Un actor de teatro consumado. Y pronto adquirió un discípulo : Adolfo Hitler, quien también
tomó el balcón como la síntesis de su accionar político, pues allí se
encontraba con el pueblo y armonizaban sentimientos y pasiones. Con esa voz
metálica y el bronco tono alemán se posaba en el balcón como un ruiseñor de
mala ley. Y la gente se impactaba con los gestos del Fhurer y su palabra como
en la canción mexicana, era la ley. Ellos eran verdaderos maestros en el balcón
y tuvieron imitadores en todo el mundo : aunque ideológicamente no casara con
Mussolini , sin embargo Gaitán cuando llegó a Colombia después de su paso por
Roma, intentó también hacer su imperio de balcón. Y con mucha fortuna. La
vespertina de todos los viernes en Bogotá
eran las arengas de Gaitán en la plaza de Bolívar. Y hacia la Patagonia también
se fue el fascismo encarnado en la
versión peronista del justicialismo. Con un agregado en la escena y que fue la
figura carismática y bella de Evita, con quien compartía papeles estelares en
el balcón. Recuerdo el día en que se reunieron en la plaza de Mayo para
escuchar al caudillo y la gente de pronto irrumpió a decir que querían a Evita como
vicepresidenta. Fue un estremecimiento telúrico : pero con la misma fuerza con
que el pueblo la pedía, Perón se cerraba a la banda y no aceptó la imposición
del pueblo. Ese muñequeo se lo ganó Perón al pueblo de Buenos Aires.. Y faltaba
otro consumado maestro del balcón como Hugo Chávez, quien se eternizaba en la
palabra dejando que el tiempo pasara
embelesados todos con el milagro de su palabra, de sus cantos, de su
recitaciones, de sus oraciones, porque de todo hacía en la tribuna. Por eso
cuando vimos al nuevo Papa en el balcón, se nos abrió un vacío inmenso porque
pensábamos encontrar al verbo hecho carne, el manejo del lenguaje para cautivar
a aquella enorme multitud que lo vitoreaba
: y él parado ante la multitud callado, en un silencio sepulcral en donde la
palabra de Chávez, de Hitler, de Mussolini, de Gaitán reclamaba el verbo, el
nuevo Papa callaba. Y su figura blanca,
como una inmensa paloma que acabara de bajar del cielo solo intentaba un diálogo
con su gente a través de la oración y del simple silencio. Uno casi que
empujaba al nuevo Papa a que dijera algo, pero él se mantuvo en lo suyo y
nos enseñó que el lenguaje de la religión no es el mismo
de la política y que la elocuencia, si cabe, es de otra estirpe y no de la
arenga incendiaria, o el relumbrón de la frase. Los cardenales tuvieron que
irse hasta la Patagonia para encontrar Papa, les dijo con el humor de quien
está por encima de las pompas y de las vanidades y luego agachó la cabeza para que la multitud lo bendijera.
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