POR: RAUL PACHECO
BLANCO.
El futbolista habla de colgar los guayos cuando decide no
volver a jugar más. Los periodistas y escritores ya no entran a colgar las
guayos, pero sí la pluma. La pluma se queda solitaria en el tintero, esperando
el momento en que se acabe la tinta. Aquí en Vanguardia hemos visto colgar la
pluma en primer lugar a Ramiro Blanco Suárez, cuando dejó de escribir su columna
Grímpolas, en donde nos hacia todas las
semanas un resumen de lo que ocurría en la ciudad y de contarnos historias de la vieja Bucaramanga, cuando él llegó de Pamplona
hecho un muchachito dispuesto a hacer carrera política aquí , donde estaban los
liberales y no allá, en el Norte, donde estaban los conservadores. Y lo hacía
con un estilo que fue proverbial en su
generación, guardándole culto a la belleza de la forma, a escribir con estilo.
El tiempo pasó muy pronto, y de un momento a otro, no volvió a aparecer su
columna. Lo mismo sucedió con Roberto Serpa Flórez, el pariente de Julio
Flórez, quien escribía su columna dominical para hablarnos de poesía, de música,
de política y en donde le prendía devotamente una vela a su ego , venerando las
viejas tradiciones de su familia, tan enclavada en la historia de Santander. A
su vez, no olvidaba su condición de médico para hacer un recordatorio de sus
colegas, de sus aciertos y de su vida dentro del acuciante mundo de los
médicos. Y por último, Orlando Pinilla, con esa cara de zapatoca nacido en Barranca , en donde ejerció la medicina y se hizo hombre en la política, con cierto
acento sectario que el tiempo se fue
encargando de borrar para pulir su
ademán abierto a la camaradería y al reconocimiento de los demás. Según él, la
Barrancabermeja de hoy vivía pendiente de sus columnas, donde nos refrescaba con la brisa
del río, pues su prosa estaba llena del sabor del pescado, del petróleo y de
las gentes de esa tierra que se volvió un cosmos de razas, en donde la idiosincrasia
costeña se funde con la santandereana.
Esos columnistas tomaron la decisión de no volver a mojar la pluma, dejar que el tiempo fluya, mientras
las ideas se quedan flotando en su mente,
esas que ayer no más pasaban al papel, con la ilusión
de haber captado algo de la vida que respira. Una vida que se siente vacía cuando no hay ese
contacto con algo que circula por la cabeza y cascabelea en las manos y
nerviosamente se posa en las teclas del computador, o del lápiz o de la maquina
de escribir. Y, además, vivieron ese proceso de saltar de la pluma a la máquina de escribir mecánica, luego a la eléctrica,
para llegar al computador que es el punto de enlace con la
realidad de todos los días. Y sentirán la nostalgia de no ver el nombre y la foto que
acompaña sus columnas . Y sus lectores seguramente lamentarán también ese paso
que han dado para no volver a aparecer y meterse en la bruma de lo inasible. Si
la vida es un privilegio, también es una
carga y de ahí que Sócrates hubiera dicho algún día de su vida, que la mayor fortuna de un
hombre es la de no haber nacido.
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