POR: RAUL PACHECO BLANCO
Presentar las cosas así, en el plano abstracto sería muy
difícil escoger entre una y otra y se necesitaría meternos ya en el terreno de
lo real para analizar un caso específico y ahí si sacar conclusiones.
Porque en teoría, para un demócrata imperaría la
legitimidad, pero para un liberal
imperaría la legalidad. Ese dilema puede contemplarse en el caso de Lula Da
Silva.
Para un lulista el máximo valor lo da la soberanía del
pueblo y si el pueblo quiere que se reelija a Lula, pues lo lógico es que se
haga. La ley es lo de menos pues lo que cuenta es el respaldo del pueblo. Pero
si ese candidato está sub judice y no solamente está sindicado sino condenado,
con juicio ya proferido, ¿cómo se comporta esa legitimidad que se alega para
hacer nugatoria la condena de Lula y por el contrario, respetándole el derecho
a elegir y ser elegido, se le reelige?.
En primer lugar esta hipótesis no se da en el espacio-tiempo
histórico que estamos viviendo, pues la condena se produjo antes que la
elección y por lo tanto precede esta condición. Es decir, físicamente es
imposible, pues primero se cometió el delito, se investigó y se condenó. Los
dos tiempos no coinciden, el del juzgamiento y el de la elección.
Habría que retrasar el tiempo para que las cosas se acomodaran
y la legitimidad entrara en el mismo espacio-tiempo que la legitimidad para que
obrara con todos sus efectos.
Al no darse esta secuencia es totalmente imposible que el
conflicto legitimidad-legalidad se configure. Y aun en gracia de discusión si
se aceptara que los dos conceptos concurren al mismo nivel, tampoco sería
procedente que primara la legitimidad,¿ pues en qué queda el orden establecido,
llevado a una constitución, institucionalizado en unos códigos y sin embargo en
un momento dado, por argumentos estrictamente políticos se llevaran de calle
todo el estado de derecho?
Y de otra parte, también volveríamos años atrás en la historia
de las ideas y de los principios, al aceptar de paso la soberanía absoluta del
poder, que desde 1.789 fue quebrada y llevada a la guillotina en el cuello de
los reyes. El concepto de democracia implosionaría, se destruiría a sí mismo.
Porque ¿de qué vale toda una institucionalidad soportada
sobre normas si en un momento dado se hace a un lado y queda vigente únicamente
los derechos de una sola persona?
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