POR: RAUL PACHECO BLANCO.
El “Ñoño Elías” cuando estaba en la primaria de Sahagún no
pensaba que iría a partir en dos la historia del país. Si bien García Márquez
nos había adelantado un tanto en el conocimiento de ese Macondo mágico, ahora
el Ñoño Elías nos daba una versión más actualizada, modernizada, de acuerdo con
los últimos cánones éticos. Antes nuestros presidentes tenían que vender los
sueldos para poder subsistir, como es el caso de Marco Fidel Suárez, a quien le
cayó implacable Laureano Gómez para hacerlo trizas en debates espectaculares.
Ahora el sueldo es lo de menos para el Ñoño Elías: apenas le alcanza para los
gastos de bolsillo porque para lo demás, están las coimas por gestiones ante la
administración pública. Pero las cosas no se dan solas ni se producen de la
noche a la mañana, se trata de un lento proceso de acumulación cultural, de
familias por largo tiempo asentadas en el poder regional y que aprenden la
técnica de volver billete todo lo que tocan. La cultura de la comisión, que
viene desde los abuelos y que se hace perentoria, llena de matices eso si, como
en el caso del Ñoño Elías, quien tiene un carisma especial, según él, una
simpatía innata que le permite presentar lo impresentable, de envolver cualquier
propuesta por indecorosa que sea con el papel celofán que adorne y luzca. Aquí todo es eficiencia,
pericia, audacia, cinismo, como el del expresidente Samper que ahora se lava
las manos de su paso por la secretaria de Mercosur, en donde fungió como vocero
del régimen chavista y logró empantanar el proceso venezolano con la
intervención del Papa, para darle aire al
gobierno de Maduro que estaba contra la pared, acorralado por la oposición. Todo
hecho con gracia, como son las cosas del Ñoño Elías. Ya desde la pila bautismal
se establece un vínculo de sangre con el contrato y le dan un baño de agua y le
salan la lengua, como señal de un pacto
para toda la vida. Se imagina uno los regalos de primera comunión: un par de novillos de raza,
un caballo pura sangre y un contrato. Son escuelas en donde el talento para el
negocio se da solo, en donde los genes pasan de generación en generación sin
que se interrumpa su ciclo productivo. Hoy el país del Sagrado Corazón se
sonroja a lo lejos, mientras el país del Ñoño Elías emerge a sotavento, como
decía Ortega y Gasset.
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