En el colegio lo veíamos con su cabello corto, ensortijado,
unos ojos vivaces, una nariz que dominaba el paisaje de su rostro, una
camaradería respetuosa al par que una conducta intachable. Ya se le auguraba el
futuro dentro de la compañía de Jesús, que desde las primeras de cambio le echó
el ojo para hacerlo suyo y llevárselo a engrosar su ejército de educadores.
Junto a él hacían parecido ejercicio Alejandro Angulo Novoa, Ramiro Serrano y Donaldo
Ortiz Lozano. El primero de ellos llevaba una libretica en su morral, donde
anotaba todos los chistes que se sabía, ordenándolos por temas y la sacaba
cuando iba a contar uno de ellos. Ramiro era el más mundano de todos. Y Donaldo
con una tradición política de familia engarzada en el pecho, fungía de
alzatista furibundo en una época en que la política partidista olía a candela.
Todos se fueron al seminario antes de tener la primera novia, luego la cosa era
en serio. Gerardo llegó a la compañía de Jesús y se enfocó por el lado de la
filosofía, para heredar luego el magisterio del padre Noriega, con su cabeza
calva y su peluca negra, pulida. Pasaron los años y Gerardo se hizo jesuita en
menos de nada y regentó la catedra de filosofía, hasta que llegó a la rectoría
en donde haría historia. Tanto que en uno de los actos que yo vi desde mi
haipad, se le llamaba el rector de rectores. Ya enfocados en la imagen y
trasladados al siglo XXI veíamos a Gerardo con unos anteojos dorados que
cubrían la nariz abultada, la misma vivacidad en los ojos que le veíamos desde
el colegio y una pinta de filósofo alemán, entre despistado y certero que se acabase
de bajar del avión desde alguna de las universidades alemanas. Se presentaba su
libro Fundamentos de una ilusión, para
sostener con bases fuertes la existencia de Dios. Y ya sabíamos por el Tiempo, en
artículo del médico Fernando Sánchez Torres, que en diciembre, se llevaría a cabo
un conversatorio con el gurú del ateísmo, Richard Dawinkins, autor de libros celebres
como El Relojero Ciego, El gen egoísta, el espejismo de Dios y Evolución, es
decir, la antítesis de Gerardo. En, fin, la vida de Gerardo en la compañía de
Jesús ha sido el desarrollo de un algoritmo que cubrió todas su metas. Tanto,
que si es un contrasentido encontrar un torero alemán o un filósofo español
encontremos un filósofo piedecuestano.
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