POR: RAUL PACHECO BLANCO.
Era tal la angustia que reflejaba el doctor Rodolfo Hernández
cuando lanzaba sus llamados de auxilio para que salváramos a Bucaramanga de una
manada de truhanes que se la estaban robando, que la opinión pública se vio
sorprendida y votó en masa por el candidato que bajo el lema de la lógica, ética
y estética nos convocaba a las urnas. El caso era desesperado y de no mediar la intervención
primero del pueblo y luego de los jueces, de Bucaramanga no iría a quedar nada.
De ahí que no tuvimos otra alternativa que darle el voto a quien nos convocaba
a una tarea de depuración para que los ladrones fueran judicializados y
llevados a la cárcel. Pero ya hace un
año que el nuevo burgomaestre se posesionó del cargo y no nos ha rendido
ningún cuenta a sus electores, ni hemos sabido que alguien esté en la cárcel por los robos que se estaban
cometiendo. El alcalde dicharachero, de fonética raizal, que había conquistado
una audiencia nacional por la forma en que enfrentaba el robo de una ciudad tan
importante como Bucaramanga, ahora enmudecía y ni una sola boleta de captura
circuló por los despachos del palacio de Justicia, ni un auto de detención, ni
un llamamiento a juicio, ni una condena, que ya también era demasiado pedir en
tal solo un año del estado de alarma en que estábamos colocados por las aulagas
del nuevo alcalde. Llegamos a creer que los
ladrones habían sido amnistiados, contagiados seguramente de la política nacional,
cuando apareció en las cadenas nacionales una información, que en Bucaramanga
un señor que fungía de concejal era al mismo tiempo gerente del Terminal y, que
con platas oficiales había puesto a disposición de sus electores no sé qué prebendas para ganar la curul de concejal.
Aquí se habría disparado el conducto que regulaba la entrada al canal de la ética, luego el de la estética porque el
caso no tenía presentación alguna y, de contera, el de la lógica, porque eso de
acaparar dos cargos incompatibles entre sí no era lógico. Pero la ética, la estética
y la lógica volaron en pedazos como en
la batalla de Ayacucho y solo, después de engorrosos trámites administrativos
se llegó a una simple suspensión del funcionario de marras.Fue cuando despertamos
todos de cierto marasmo, para recordar que se nos había convocado para una verdadera cruzada por la lógica, la ética
y la estética. Pero no se veía el humo blanco esperado.
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