POR: RAUL PACHECO
BLANCO.
En Santander el mal genio tiene un fuero especial y no es
considerado como defecto, sino como virtud, o mejor, cualidad. Y ese mal genio
es asimilado al carácter. Prácticamente cuando se habla de alguien que tiene
mal genio es porque tiene carácter. Y en desarrollo de ese fuero la persona que
lo lleva se puede dar toda clase de lujos: por ejemplo, no saludar, mirar por
encima del hombro, alzar la ceja. Además, es motivo de toda consideración, de respeto,
de tolerancia, de miedo. Y si alguien aspira a que se le respete o que se le
tenga miedo, debe ponerse bravo y de ahí en adelante, vivir bravo, con mal
genio. El fuero conlleva tener el derecho de no hablar y contestar con gestos
agresivos o con malas palabras. Y ese mal genio para que sea válido debe
llevarse en los genes. Forma parte de la herencia y se extiende a su prole como
una clausula testamentaria. Así que en estos casos, el fuero se vuelve grupal,
cobija a personas que lleven el mismo apellido. Y desde luego, resulta
totalmente inmanejable, a la persona que esté poseída por ese demonio, o mejor,
por ese Dios, no se le puede culpar de nada, porque eso se lleva en la sangre.
Así que resultan siendo de mal genio los apellidos, ya no la persona que lo padece,
sino su estirpe. Es como un título de nobleza. El otro día iba por el parque de
San Pio y pasaba junto a un par de señoras que se dedicaban a hablar y a contarse
sus cosas, cuando escuché que una de la decía a la otra: Y se me arrechó el apellido.
Y con esa arrechada del apellido ponía fin a la historia, la cerraba con broche
de oro, para significar que cuando a ella se le subía la bilirrubina, no había
fuerza que la pudiera detener y dejaba desde luego callada y humillada a la otra
persona. Pero al mismo tiempo demostraba que ella no tenía la culpa, sino la
culpa era de su apellido, de su sangre, que le dictaba normas de comportamiento
ineludibles, contra las cuales no había nada qué hacer. Eran fuerzas desatadas
de corrientes internas que no se podían detener, encauzar o desviar, había que
dejar que ellas obraran por su cuenta, que ellas plantaran cara y dijeran lo
que tenían qué decir. Lo cual significa que
hay apellidos más arrechos que otros, los cuales deben empezar a respetar las
jerarquías. No todos pueden darse ese lujo, no, hay que jalarle al respetico y
dejar que la misma sociedad se encargue de jerarquizar las arrecheras.
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