POR: RAUL
PACHECO BLANCO.
Cuando existía la célebre calle R3 alrededor del colegio de
San Pedro Claver, las familias se alineaban por el sector, siempre buscando una
buena ubicación y sobre todo, cerca del colegio. Hacia la parte de arriba
estaban los Mejía Borda, la familia de Teresita Serrano, los Serrano Uribe, los
Narváez Obregón, los Uscátegui Mantilla en toda la esquina diagonal al templo
de San Pedro y hacia abajo las Motta, dos solteronas increíbles, una de las
cuales llamábamos Cristóbal Colón por su parecido con nuestro descubridor. En
la esquina de la siguiente cuadra estaban los Micolta, bogotanos y, al frente
la casa de Estanislao Olarte. Manuel
vivía con su familia entre los que se contaba Miguel. Con Manuel formábamos parte
del equipo de básquet del curso y creo que entre los dos no llegamos a encestar
más de veinte canastas en todos nuestros cinco años de bachillerato. Pero
Manuel era feliz haciendo fintas, sacando el pecho, corriendo más de la cuenta,
siempre en plan de demostrar sus ancestros andaluces. Desde luego no llegamos
ni a formar parte del equipo del colegio, pero el entusiasmo si hervía. Esas noches
frescas de una Bucaramanga que se fue, era el teatro propicio para invitar a
las niñas que cortejábamos a ver los partidos, en donde corríamos más que
encestábamos, pero siempre atentos al ojo de las niñas, alumnas de las Pachas o
de la Presentación. Se jugaba más para las niñas que para el equipo. El equipo
era lo de menos, cada quien cogía la bola y se iba con ella para ver si en su
afán lograba la canasta, esquiva siempre. Y además, Manuel era compañero para
ir a recorrer la ciudad, en plan de descubrir una nueva niña que nos llenara de
ilusiones y sobre todo, nos hiciera olvidar las clases de física o química. Y tenía
un ojo certero, pues él se encargó de descubrir para toda la gallada la casa de
una niña muy bonita como Delia González, en cuyos alrededores flotaba un olor a
pan fresco. Y Delia sería la novia de toda una generación, menos de nosotros
que la habíamos descubierto. En eso pasábamos los días en esa Bucaramanga de
los años cuarenta, cruzados si por ciclos de violencia como el 9 de abril,
cuando en el colegio nos reunieron para explicarnos lo que estaba pasando. Supimos de la muerte de Manuel, por su
hermano Miguel, para quien va un abrazo junto con su familia toda.
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