POR: RAUL PACHECO BLANCO
El cuento de los futbolistas colombianos es viejo. Pasan por
etapas que van quemando con alguna regularidad e incluyen el anonimato, la consagración, el
declive y el retiro. En una primera etapa el futbolista empieza por hacer
cursos de humildad de manos de entrenadores argentinos. Es la etapa en que
supera el hambre, se cubren las necesidades más elementales, el lenguaje
todavía tiene el olor de la tierra y las ganas de un costeño adolescente. El
futbolista no se toma un trago, no visita bares ni prostíbulos, cuida su
alimentación y se entrega en el campo de juego como lo hace el novillero en el toreo. Todo va
bien hasta que meten el primer gol. Una vez logrado, los ideales de la víspera
se congelan y pasan al cuarto de san alejo. El periodista cruel con las malas
tardes, cuando viene la victoria e individualmente el gol, se desata una
catarata de elogios que marean al jugador. A partir de ahí, él ya se ve
distinto, se siente predestinado, con una halo de luz encima de su cabeza. Y
empieza a no dormir porque lo desvela la gloria. La gente lo acosa para pedirle
autógrafos, tomar selfies. Las mujeres
se derriten por él y él por ellas. Ya la
vía de los bares se abre, los buenos licores, la buena comida. Los
entrenamientos ya no alcanzan para sustituir el aumento de peso. Cuando entran
a la cancha, cualquier paso que dan, oculta el sol. Prácticamente, como dicen
los costeños, el futbolista se enferma, más del espíritu que del cuerpo. Le
queda muy difícil volver a sus raíces, de volver a entender el lenguaje del
hambre, de las necesidades. Ya se fastidian de verse en todas partes: en los periódicos, en
las revistas, en la televisión. Y se aburren de escucharse por radio. Siempre
las mismas preguntas y las mismas respuestas. Las cosas no se dieron, no tuvimos
suerte. Hasta se vuelven filósofos : perder es ganar un poco. Y se entra en el
periodo final del ciclo que es la indolencia. Ya nada importa, porque todo está
hecho, la gloria, el dinero, las mujeres, la fama. Muchas veces tienen
oportunidad de hacer un gol, pero les falta
un gramo de aliento, y se descuidan pensando en la prima, en el próximo
contrato. Y empiezan a bajar. Los ponen de suplentes y se enojan. Le hacen
desplantes al técnico y lo amenazan con hacerle la guerra en el camerino o en
la cancha: fuera la tiranía de la táctica.
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