POR: RAUL PACHECO BLANCO.
Luego del “cuartelazo” dado por el general Rojas Pinilla el 13 de Junio de 1.953,
al país le quedó una psicosis de golpe de estado y se vivía una fiebre
permanente de expectativas en que estaban enredados oficiales del ejército, más que todo presionados por
elementos civiles. Así fue como se fue incubando la figura de un general
golpista en la recia figura del general Alberto Ruiz Novoa, fallecido hace poco
a sus cien años de edad. Ruiz Novoa, aunque no era un general tropero, pues se
trataba de una persona cultivada y con inquietudes intelectuales, sin embargo
era un combatiente. De ahí que fuera enviado por el gobierno de Laureano Gómez
a combatir contra el comunismo internacional en el frente de Corea. Al llegar
Guillermo León Valencia a la presidencia dentro del segundo turno presidencial
del Frente Nacional, lo nombró como su ministro de guerra. A partir de ahí se fue
construyendo la leyenda del general golpista, a tal punto que el presidente se
lo vivía armado para repeler cualquier tentativa del general de apresarlo. El
presidente entró en un estado de paranoia, sobre todo después de un banquete
que le ofreciera la sociedad de agricultores al general Ruiz Novoa, en donde lo
ponía en el difícil trance de salvar la patria. Y partir de ahí, se puso de
moda en las administraciones siguientes, el banquete en el Tequendama para el
ministro de guerra del momento, para pedirle que salvara la patria. Así que el
presidente Valencia terminó destituyendo a Ruiz Novoa y liberándose de esa
carga psicológica del golpe de estado a domicilio. Luego siguió la psicosis con
López Michelsen, ya terminado el Frente Nacional, y en esa oportunidad era el
general Alvaro Valencia Tovar, el llamado a desempeñar el papel de golpista,
agravado el caso por tratarse un oficial lleno de lecturas, sensato y de
palabra fácil y elocuente. El general no obstante haber ido también a combate en el exterior, era un hombre
pacifista, que se esmeró en tratar bien a la gente y ganarse el aprecio para un
ejército que estaba dándoselas de prusiano. Y la fiebre se extendió hasta el
gobierno de Belisario, quien también se sintió matoneado por el general
Fernando Landazábal Reyes y vino a pagar las consecuencias con su destitución. Con
el tiempo la fiebre fue pasando, le cambiaron de nombre al ministerio y
terminaron por nombrar civiles, como ahora,
cuando un industrial está al frente sin un
pelo, de golpista.
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