Por: RAUL
PACHECO BLANCO.
La novela Nostromo de Josep Conrad parece la versión del
inversionista extranjero en los países subdesarrollados, como si se hubiera
propuesto plantear un discurso para que lo escuchen los mamertos para
desmitificar su versión. La política dirigida desde la izquierda contra la Inversión
extranjera siempre ha destacado la capacidad de explotación de esa clase de
capital, que no tiene en cuenta para nada ni el aspecto ambiental, ni otro que
no sea el meramente económico. De ahí que cualquier industria extractiva que se
establezca en el país, lleva todo el peso de la diatriba anticapitalista, en
donde viene a acabar con las riquezas del suelo y en cambio no queda nada para
la economía nacional. En Nostromo, Conrad le da la vuelta al tornillo y pone en
el centro de los acontecimientos la existencia de una mina de plata cuya
historia de por sí es rica y extensa: en un principio fue explotada por los
indígenas que no dio resultado. Pero luego, avanzando el tiempo se le entregó
en concesión a una compañía inglesa, la cual la sacó adelante, pero se
convirtió en tan exitosa empresa, que vino a suscitar la codicia de los
nacionales, quienes la convirtieron en fruto de toda clase de saqueos, llegando
hasta convertirse en un problema de orden público. Tan grave, que el gobierno de
turno tuvo que cerrarla. Entró a dormir el sueño de los justos, pero luego, un
gobernante astuto de esa turba de saqueadores y de aventureros que se toman los
gobiernos explotando valores como el patriotismo para endulzar el oído y
convertirse en pantalla del saqueo que realizan sobre las obras públicas,
decidió entregarla en concesión perpetua a un inversionista inglés, pero
siempre y cuando pagara por anticipado cinco años de hipotético rendimiento de
la mina. Ese inversionista ingles muere a consecuencia del agobio que le
produce semejante prebenda y su hijo entonces se encarga del reto plateado. Ahí
es donde aparece uno de los personajes centrales, Charles Gould, quien le da al
blanco y la saca adelante, en tal forma, que se convierte en el centro de la economía
nacional y en botín ambicionable de los partidos políticos y sus consiguientes
gobiernos. Y en centro de poder. En medio de un mundo cruzado de revoluciones
aparece en la distancia la dictadura execrable de Guzman Bay, quien tiene todas
las características de los tirados latinoamericanos, vividos y vueltos a vivir
en las novelas de Roa Bastos, Yo el supremo, el chivo de Vargas Llosa, el otoño
del patriarca de Garcia Márquez, el recurso del método de Carpentier. Y no solo
la figura del dictador, sino de la revuelta permanente, pues la novela es
atravesada por la irrupción del general Montero y su hermano Pedrito, a quienes
todos temen, mientras el general Barrios hace esfuerzos desesperados por
defender al presidente Rivera. Y en medio del paisaje humano aparece el
personaje central Nostromo, un capataz italiano, que es el jefe de los
cargadores de la mina y quien se convierte en personaje por su presencia en las
épocas difíciles, en las operaciones de defensa. Nostromo es el hombre de
prestigio, quien a pesar de él se mantiene en su pulcritud hasta que falla,
cuando se queda con los lingotes de plata, en una operación fallida para
defenderlos de la acometida de Sotillo, un oficial despiadado que acaudilla un
ejército de facinerosos y que juega en combinación con el general Montero, pero
tiene el objetivo de quedarse con los lingotes de plata para encumbrase. Pero
Nostromo tiene una sabiduría agregada y es la prudencia. De ahí que sabiamente
va recogiendo y vendiendo poco a poco los lingotes y enriqueciéndose pero de a
poquitos, de tal manera que no se note, hasta que en el último día de su
existencia y cuando la bala era para Ramírez, quien aspiraba a la prometida de
Nostromo, el suegro lo sorprende con un tiro de gracia cuando él iba para la
mina a recoger su mesada.
En la novela está el origen de lo real fantástico. Se trata
de una novela madre, como ya tuvimos oportunidad de verlo, al impregnar toda
una camada de autores latinoamericanos. La mina terminó siendo la perdición de
todos: el personaje central, Nostromo, se corrompe. Sotillo se queda sin el pan
y sin el queso. Los Gould saqueados. Y Sulaco no avanza porque el motor de
desarrollo, que es la mina, viene a soportar todos los embates del juego político
en busca de financiación. Así que la explotación no fue para beneficiar a los
extranjeros, sino para financiar las revueltas y las revoluciones que son el
pan nuestro de cada día de Sulaco y de todos los Macondo que han sido. Solo
queda alabar la prosa de Conrad, quien es maestro en convertir en joyas
deslumbrantes las frases. Si Shakespeare fue el maestro para insertar ideas en
cada párrafo que escribía, Conrad lo es en cuanto a la forma y viene siendo un
maestro para García Márquez en ese pulimento esmerado que tiene al acuñar las
frases.
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