POR: RAÚL PACHECO BLANCO
Por eso a veces no
sabe uno si está hablando Vallejo o el dictador, pues vienen a ser una misma
persona.
Al principio de la lectura de su novela, uno se hace la
consideración: es de más de lo mismo,
con sus expresiones de grueso calibre y sus fobias contra las mujeres, los
colombianos, pero luego va tomando forma el discurso y es donde uno admira la
rica prosa que maneja, tan difícil porque se puede llegar fácilmente a la retórica,
pero él desde luego no llega. Y se admira también de la cultura que permea todo
lo escribe, porque por ahí saltan conocimientos de física, de la teoría de la
relatividad, de religión, de literatura, de ciencia, como lo dejó muy claro en el
libro ”La Puta de Babilonia”, donde pone contra la pared a la religión
católica.
Conoce al dedillo la psicología del hombre que va al volante, sea de una moto
o de un automóvil y cuando ve un peatón en la vía, acelera, el hp…
El libro no tiene
capítulos y está escrito como para leerlo de un solo tirón. Se repite si mucho a través de todo el texto.
Y el dictador también es homosexual, como él y, antioqueño
también y, despacha también en el palacio de Nariño o en el de la carrera,
hasta que se muda a Casablanca, su casa. Así pues, es un dictador de bolsillo.
Por eso no desperdicia ocasión para
poner en entre dicho a la mujer, llamándola a juicio y se desgrana en fantasías
cuando habla de los hombres.
La emprende contra el consumismo igual que contra Cristina
Kischtner, a quien no puede ver ni pintada, quizá por esos difíciles ángulos de
su rostro, que por unos ángulos se ve
agraciada y por otros no.
Por eso se va lanza en ristre contra los almacenes Éxito,
que mantiene enajenado al colombiano ávido de comprar cosas y más cosas.
Llega al poder, luego de un golpe de estado militar dado al
presidente Duque y lo entroniza a él, para empezar a fusilar a todo el mundo y
ñor Raimundo.
Cuando se retira del poder llega de nuevo a Casablanca, la casa familiar que lo
mantiene alejado de la antioqueñidad y de la colombianidad.
Para él el tiempo no existe y por eso después de dejar el
poder, sigue mandado y fusilando a los que todavía no han merecido su castigo.
Pasa un rato agradable el lector luego de trajinar por sus
páginas apretadas de insultos y palabras de grueso calibre, sobre todo, para
los expresidentes, a quienes ama bajo sus garras.
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