POR: RAUL PACHECO BLANCO
El libro del expresidente Juan Manuel Santos sobre el proceso de paz es el testimonio de primera mano de uno de sus actores, escrito en estilo periodístico, con capítulos cortos que permiten respirar al lector y empaparse de la historia, sin sosobra. Pero ya al entrar en materia, tiene sus complejidades: el expresidente Santos maneja una personalidad igualmente compleja y su obra de gobierno, sujeta a las apreciaciones del crítico complica aún más las cosas.
Por ejemplo: Si el lector es uribista, no le perdona nada de
lo que hizo el expresidente y lo condena a cadena perpetua, porque le concedió todo lo que pudo a la guerrilla para que se
desmovilizara y entregara las armas.
Y si es santista, encontrará que si bien él no derrotó a las
Frac, en plano militar, fue su “verdugo”, organizó con todo el tiempo del mundo
el proceso con la guerrilla, lo perfeccionó de tal modo, como el expresidente
se encarga de señalar, teniendo en cuenta los yerros de los procesos anteriores,
hasta entregar un modelo para el mundo de lo que debe ser un proceso de paz.
Hecha esta advertencia podemos señalar que la historia del
proceso es muy completa, desde que empezó a trabajar en el diseño, llegando a asustar
a Samper Pizano, quien pensó en un golpe de estado, alineado con la guerrilla
de las Farc, hasta que concluyó con la entrega de armas por parte de la
guerrilla y la firma del acuerdo final.
En esa época, para la situación tan difícil que vivían con
el proceso 8.000, Samper y Serpa inventaban
golpes de estado, por aquí y por allá, como otro dado por constitucionalistas
tan pacíficos como el doctor Sáchica.
Viene el escogimiento de los voceros del gobierno para su
encuentro en la Habana con los representantes a su vez de los guerrilleros:
Humberto de la Calle como jefe de la misión, Juan Carlos Pinzón y Sergio
Jaramillo, quienes habían sus viceministros y por parte de la guerrilla,
Márquez, hoy fugitivo, quien presidia la delegación fariana.
Este equipo trabajó fuertemente en la Habana hasta llegar a
un punto muerto. Y es entonces cuando el expresidente resuelve pasarle la
pelota a una comisión de juristas, cosa que a de la Calle no le gustó ni cinco,
pues prácticamente descalificaba el trabajo hecho hasta ese momento y traía ruidos al sistema, como evidentemente
ocurrió, cuando la guerrilla se rodeó de
un equipo formado por Santiago, un
abogado comunista español, quien se los comió a cuentos y les impuso que la
negociación debía realizarse a través de un tratado, como si se tratara de un
conflicto entre naciones y no un modesto arreglo con un grupo guerrillero. A
partir de ahí se desequilibró el juego.
El expresidente Santos es un tanto minimalista cuando pone
en cabeza de Uribe el voto por el no, cuando la mayoría de las personas que
votaron en contra del plebiscito no eran uribistas. Fue una expresión popular
que no llegó a entender el expresidente.
La mitad del libro son elogios, tanto para él, como para el proceso de paz.
Y parte de la base de una paz asegurada, cuando se trata
solamente de la desmovilización de una guerrilla, como lo pudo ser en la época
de Betancur con el M 19, u otros movimientos guerrilleros que han pactado con el
estado. En esta oportunidad se desmovilizaron las Farc. La paz está todavía
cruda.
Tan cruda que el Espectador (28 de abril de 2.019) publicó una investigación que tituló El Nuevo
Mapa de la Guerra: un país sin posconflicto, en donde señala las zonas de
violencia existentes: Bajo Cauca, donde operan el ELN , el comando
antiparamilitar, disidencia de las Farc, las autodefensas gaitanistas, los
Caparrapos y los Pachelly , el corredor central donde operan las Agc, los
Puntilleros y el bloque suroriental , en
suroccidente, donde están presentes las Agc, La Cordillera, la Empresa , Los
rastrojos , enfrentados al ELN, el Epl y
disidencias de las Farc, como el Comando Conjunto Occidental Nuevo Sexto Frente
, el frente Oliver Sinisterrra, La Fuerza Unida del pacifico, los de Juvenal,
los de Pija y el Movimiento Revolucionario Campesino. Y el Catatumbo , con
zonas críticas como El Carmen, Ábrego, El Tarra, Hacari, Ocaña, San Calixto, Teorama
y Tibú, donde operan el ELN y el EPL y, para no hacernos largos, en el Urabá
antiqueño, y Chocó, además el Putumayo. Y pare de contar.
¿En esta forma, en dónde está la paz?
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