POR: RAUL PACHECO BLANCO
Se queja Enrique Santos en su libro de memorias, del país
que le tocó vivir, con cierta razón, pero sin tener en cuenta que lo más
importante no es esto, sino la familia
en que le tocó nacer, pues ésta lo determinó, lo situó y lo proyectó. Sin esa
familia no hubiera llegado a donde llegó. Y nos atreveríamos a decir que Alvaro
Uribe sin la familia Santos tampoco habría llegado a donde ha llegado y sigue
llegando, si nos atenemos a que Colombia ha sido un país tradicional, reverente
con sus familias ancestrales, a las cuales ha llevado al poder sucesivamente.
En este medio pertenecer
a una familia como la Santos que viene desde la época de la Independencia, con
Antonia, la prócer mayor de la dinastía, pasando por Eduardo el presidente de
los años Veinte, que se disputó con Alfonso López la historia de Colombia
durante un largo trayecto. Y que fundó el periódico más importante del país,
que ponía presidentes y orientaba la opinión pública, hasta llegar a la
presidencia de su hermano menor, que le duele en su primogenitura y, para colmo
de males, pasar por la vicepresidencia de su primo Pacho, que según la familia es un tanto caído del sarzo, ya había de por si una
predestinación.
Por eso se le facilitaron las cosas y se lanzó a fundar una
revista de izquierda, Alternativa, con
soporte de la chequera del premio Nobel de literatura, Gabriel García Márquez.
Y después de quemar ese cartucho en donde le fue bien en el
aspecto periodístico, pero mal en lo económico, no se fue a las barriadas a
combatir con el pueblo y a aguantar hambre, sino su periódico lo recogió y lo
mandó de corresponsal a Paris.
Le fue tan bien como al general Santander cuando Bolívar le
cambio la pena de muerte por el destierro a Europa, donde se codeó con la
nobleza europea y disfrutó de un asilo asistido.
Eso sí, se mantuvo fiel a su papel de periodista y nunca
rompió las normas dictadas por su tío Eduardo para sus familiares que debían
escoger entre el periodismo y la política, pero no mezclarlas.
Pero en esto tuvieron razón tanto Pacho Santos como su primo
Juan Manuel, de no obedecer esas pautas y lanzarse a la política, cuando la
sangre de Antonia los llamaba desde el siglo XIX.
De ahí que la vida de
Enrique Santos se confunde con la de la república misma, porque si bien es
cierto se dedicó al periodismo, el estar cerca del poder, siempre, le dio la
oportunidad no tanto de asistir, como de hacer y realizar acontecimientos que
son privativos de los escogidos.
Por eso quedó su impronta en el proceso de paz, pues él fue
prácticamente el iniciador de los diálogos con la guerrilla y factor decisivo
en la implementación de los acuerdos con las Farc.
Y si su interés siempre estuvo de lado de la institucionalidad
y de su clase, su corazón se ablandó con las Farc, a la cual se le concedió
todo lo que pidió y que tiene al borde de la crisis el proceso por el rechazo
que suscita entre el pueblo colombiano que padeció el escozor de las Farc.
Y en forma muy inteligente hace en su libro toda clase de
críticas al proceso, sobre todo a su hermano menor, pero para terminar
elogiándolo y salvándolo para la historia. En medio de todo fue fiel a sus
propuestas. Le fue fiel al periodismo, porque nunca se salió de él; a su familia,
porque si se ríe de su primo Pacho y critica a su hermano Juan Manuel, termina
alabando a éste, y a las Farc, porque le dio vía libre al plan que ellas se
forjaron y que maduró en las manos de Hugo Chávez, quien fue el verdadero propiciador
del proceso para insertar a Colombia dentro del juego continental del
socialismo del siglo XXI.
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