POR: RAUL PACHECO BLANCO
Dígalo sino el caso
de Brasil, donde todo iba desbordándose al calor de la lucha que libró en
ultimas Lula Da Silva, tanto para no dejarse capturar, como para insistir en su
candidatura presidencial, que no tenía piso alguno de legalidad, así se alegara
una legitimidad que le daba un pueblo mayoritario.
Pero salió el juez Moro y le puso el tate quieto al caudillo
popular, quien tuvo que plegarse y resignarse a empezar su pena de prisión en
la cárcel de Curitiba. Restablecido el hilo
conductor de la legalidad, Brasil votó en santa paz en sus elecciones
presidenciales y llevó a la presidencia al capitán Bolsonaro.
Otro tanto sucedió en Perú, cuando el presidente Kuczysinsky
sin ninguna clase de escrúpulos negoció con el fugimorismo su permanencia en el
poder, concediéndole el indulto al expresidente
Fujimori, cuando se concentraba en hospitales para sacarle el cuerpo a la
prisión. Y si el presidente Kuczysinky no tuvo escrúpulos un juez sí los tuvo y
devolvió la historia hasta dejar sin piso el indulto y reducir a prisión a
Fujimori nuevamente.
Y además, con llevarse a la cárcel a su hija la líder Keiko
quien había adelantado el desarrollo
político para salvar a su padre de la cárcel. Los dos están ahora detenidos y
el orden jurídico fue restablecido en Perú. Lo mismo ha sucedido en Argentina, donde el poder judicial ha
puesto los ojos en la expresidenta Cristina Fernández, quien ha sido tratada
como un ciudadano común y corriente,
ante la expectativa de ella de sentirse más allá del bien y del mal por haber
sido presidenta de Argentina. Y para cerrar el ciclo, en el Ecuador, Rafael
Correa también ha tenido que enfrentar a un
poder judicial empoderado, que trata de aplicar la ley por encima de
todo, no importa los títulos que tenga el infractor, quien se consideraba que
tenía toda clase de licencias cuando ejercía el poder.
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