POR: RAUL PACHECO BLANCO
El análisis político se ha dejado dominar por dos referentes
que parecen permear cualquier comentario de nuestros periodistas y escritores:
la globalización y la tendencia. Fueran de ellos no hay salvación. Así se viene
interpretando la última historia con la elección de Trump en los Estados Unidos
y el Brexit de los británicos como la irrupción de le extrema derecha en la
política mundial, como consecuencia, a media distancia, de la desaparición del
comunismo y, en última instancia, del empoderamiento del liberalismo y caída
por efecto del neoliberalismo. Se toma
pues, como apoyo el resurgimiento del fascismo, que en el fondo es la política
del nacionalismo que produjo la segunda guerra mundial y que vino a convertir
el mundo en un apetitoso pastel para la bomba atómica. Y a renglón seguido se
marca con el sello de la tendencia para hacernos creer que esto estaba pautado
previamente por la historia y no había salida posible fuera de ella. Es el
efecto de la tendencia y fuera de ella no hay salvación.
Pero va uno a analizar cada caso y le encuentra la explicación
sin meterse en honduras, con la sola observación de la realidad, de la modesta
realidad de todos los días.
Entonces, cuando se le da el significado de irrupción del
fascismo en cabeza de Trump, quien desde luego se tragó una versión de los libros
películas y noticiarios sobre el Duce, para tratar de imitarlo hasta en los gestos
más mínimos. Esa brusca caída de las cejas, esa apretada del mentón como
símbolo de fortaleza, esa mirada agresiva que tanto molestaba a los aliados en la
segunda guerra mundial, se la aprendió de memoria ante el espejo el señor
Trump, mientras a su lado cuidaba su
belleza su esposa Melania, que es la antítesis bella del monstruo o aprendiz de
monstruo. Sin tener en cuenta que la candidatura de la señora Clynton era vista
como el símbolo de la politiquería, de la corrupción y luego el desgaste de dos
periodos demócratas en cabeza de Obama.
Y en Inglaterra se hace lo mismo en materia de interpretación
para hacer ver que el mundo está en una etapa de regresión, mirando en el
pasado alguna orientación que lo alivie. Allí el análisis novísimo,
globalizador y de tendencia, el brexit no se produjo por causas locales, sino
globales, cuando en esto hay mucho del alma inglesa, con su insularidad
geográfica que ha perfilado su política internacional y que lo hace creer más
en un destino nacional que en uno
globalizado. Hasta Arari nos solucionó el problema que nos planteó hace rato
Hungtinton con el choque de las civilizaciones, al señalar en su último libro
21 lecciones para el siglo XXI, sentando la tesis de que ya no hay una pluralidad
de civilizaciones, sino solo una, como efecto de la globalización. Y cita como ejemplo
las agresiones violentas del estado islámico a predios occidentales, en donde
no se deja títere con cabeza y todo cae bajo la destrucción, a excepción de los
dólares que si son rescatados y mantienen su precio en el mercado.
De la misma manera se trata también el caso de Bolsonaro en
Brasil, sin tener en cuenta las causa
locales de la política cuando la era de Lula llegó a su ultima instancia
envuelto en nubes de corrupción y por lo tanto ganándose el rechazo del pueblo
brasileño raso. Y como si fuera poco, la puñalada que le propinaron al
candidato, lo magnificaron ante la opinión y lo victimizaron.
Ahora hay que tener en cuenta que en Francia fue elegido
Macron, un político de centro, cuando se
insinuaba el triunfo de la extrema derecha de la Le Pen. Y lo mismo sucedió en
Colombia, con un candidato de centro como Ivan Duque, que si bien fue el
candidato de Uribe fue elegido con los votos de una mayoría de centro.
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