POR: RAUL PACHECO BLANCO.
El caudillo es el personaje clásico de la política latinoamericana.
Roa Bastos nos hizo la descripción perfecta del doctor Francia, el célebre
caudillo paraguayo que cerró las fronteras de su país buscando la utopía de la autosuficiencia.
Y Vargas Llosa también nos regaló el retrato hablado de Trujillo, el caudillo
dominicano. En fin, se convirtió en un
lugar común identificar el proceso de la política nuestra como
subproducto del caudillismo. García Márquez, escribió El Otoño del Patriarca que para Vargas Llosa es la más mediocre de sus obras, quizá por la congelación de la
prosa, rayana en el retoricismo. En realidad basta una sola mirada por el continente, para encontrarnos con personajes de leyenda como Domingo Perón,
Lula da Silva, con el general Strossner de Paraguay, con Rojas Pinilla; subiendo
un poco más, Odría en el Perú, Pérez Jiménez o Hugo Chávez. Para qué más. Pero
lo peor es que a pesar del paso del tiempo, de la evolución de nuestros países
y demás, en donde ya tenemos unas amplias clases medias preparadas y no analfabetas
como antes, sigue presentándose el fenómeno. Para un físico el caudillo es la expresión de la energía del
vacío que se impone sobre las fuerzas gravitatorias y produce la disgregación
de la unidad. Si bien es cierto que aglutina a su masa, sin embargo produce polarización.
Así que viene a ser una fuerza negativa u oscura, como también dicen los
físicos. Ahí está el caso de Alvaro Uribe que viene a aparecer cuando el país
ha evolucionado lo suficientemente como para acercarse a un modelo democrático.
Ahí estaba la semilla, latente, para que prendiera nuevamente la especie que
parecía haber desaparecido de la escena
nacional, en donde últimamente han aparecido jefes políticos, con más imagen de
líderes que de caudillos. Barco, Gaviria, Samper, Pastrana, Santos. Parecía
pues, una especie en extinción. Sin embargo, como ha ocurrido en Argentina,
donde definitivamente está en sus genes el caudillismo, porque el peronismo ha
reverdecido a través de la historia y se niega a desaparecer, encarnados en
nuevos perones que aparecen cíclicamente. Aquí en Colombia mientras los miembros
de los partidos buscan la fuga por los agujeros negros hacia otros partidos, el
único partido que se consolida es el Centro Democrático, llevado de la mano de
Uribe. Algo está fallando. O no podemos desligarnos del caudillismo o nuestros
líderes no están aportando lo suficiente para que esto no ocurra. Por eso se
dice que el próximo presidente es el que diga Uribe.
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