POR: RAUL PACHECO BLANCO.
Antes existían partidos “duros”, que resistían tanto el paso
del tiempo como el de las ideas y se renovaban en sus directivas con el mismo
esmero con que cuidaban su organización. O partidos de masas como los llamaba
el ya fallecido Maurice Duverger, como lograron serlo el liberalismo en los
tiempos de López Pumarejo y de Gaitán y el conservatismo en las épocas de Alvaro Gómez y
Misael Pastrana. Eran partidos que duraban, con estructura ideológica, organización
interna, jefes y seguidores debidamente
carnetizados. Por eso fueron carne de cañón. Pero entró la modernidad liquida,
como la llama Zigmund Bauman( La Modernidad
Liquida, FC.E.2015) y los partidos entraron
en un proceso en que lo estable, lo duradero, se disuelve, pierde la forma y se convierte en algo que se puede envasar, vender, o dentro
de ese mismo proceso, convertirse en mermelada, como es el caso actual de los
dos partidos tradicionales convertidos en algo desechable, que puede durar para
una campaña presidencial o para recibir cuotas burocráticas. Así el liberalismo
se escindió en Cambio Radical, el partido de la U y el viejo oficialismo liberal; y el
conservador se disolvió en jugo de guanábana muy apetecido por los paladares del presidente
Santos o del expresidente Alvaro Uribe. El conservatismo fue envasado por esos
dos sectores y de ahí no se mueven porque ya la forma no se la da su propia
estructura sino el envase en el cual logran colarse. Se convirtió en una simple
Coca Cola para calmar la sed de poder tanto del presidente Santos como el
expresidente Uribe. Aquellos tiempos en que el partido liberal era el partido
de la libertad, de la igualdad y el conservador del orden y de la tradición,
ahora todo han entrado en una licuadora y convertido en jugo para calmar la sed
burocrática de sus respectivas clientelas. Y no volvieron a salir a la calle,
porque la modernidad liquida ya no permite la dureza de los pavimentos y de los
parques, sino que se cuela por internet y entra a los hogares convertida en imágenes, tan evanescentes y tan frágiles
que en un parpadeo desaparecen. Antes la afiliación a esos partidos “duros” era
para toda la vida, como los matrimonios, y había ceremonias especiales para
ungir con el bautismo de los recién llegados a los nuevos miembros. Y si
entraban a ese partido era para permanecer y crear hijuelas herenciales porque había
un sentimiento arraigado y unas ideas que merecían la lealtad. Lo demás, era
traición.
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