POR: RAUL PACHECO BLANCO.
Cuando comencé a leer la novela de Umberto Eco, el Número
cero, me dio la impresión de una novela para salir del paso, para quemar el tiempo mientras
produjera otra de más aliento. Por eso
la leí con descuido. Pero a medida que
iba pasando las páginas quedaba sorprendido
con la crítica al periodismo y me fui dando cuenta que se
trataba de una carga de profundidad contra el oficio y sobre todo, contra los
empresarios del periodismo .Y, entonces, retomé la novela de nuevo. La volví a
leer. La historia ya la sabe todo el mundo : Escribir un libro sobre un periódico
que no va a salir a la luz pública, por
lo menos se planea como si en realidad se publicaría. Y el promotor de la idea
congrega a seis periodistas para darle las instrucciones. Unos harán
investigaciones, otros el horóscopo, en fin, las diversas secciones del
periódico. Y se le llama por eso el número cero, porque el periódico no va a
circular. Y ahí es donde se desata toda la artillería contra el periodismo
comercializado. Entre las pautas a seguir estaban el inventar los hechos, o
deformarlos, o adelantarse con hipótesis sobre lo que ocurra u ocurrirá. “Las
noticias no es necesario inventarlas, basta con reciclarlas”. Hasta la propaganda
se puede inventar : no es más que copiar avisos de otros periódicos como si
estuvieran pautados por la empresas. Y se escogieron líneas de investigación
sobre la muerte de Mussolini, la de Juan Pablo I, y sobre documentos de la Cia,
la prostitución. Y precisamente cando se adelantaba la investigación sobre
ésta, cae abatido por las balas el personaje central. Esto es aprovechado por
los editores del periódico, para suspender todos los contratos y en lugar de
pagarles lo de un año, les pagan solo por dos meses. En fin, todo es rastrero.
Y teniendo en cuenta esto, se adelanta
la hipótesis de salir del país y escoger otro sitio, por ejemplo centroamérica
o suramérica, en donde todo se hace a la luz del día. Y dice “ Buscaremos un
país donde no haya secretos. Entre Centroamérica y Suramérica hay un montón. Nada está oculto : se sabe quién
pertenece al cartel de la droga, quien dirige las bandas revolucionarias , te
sientas en un restaurante , pasa un grupo de amigos y te presentan uno como el jefe del contrabando
de armas, bien puesto, afeitado y perfumado, con su camisa blanca almidonada
que se lleva por fuera de los pantalones ( guayabera), con los camareros que
les hacen reverencias, señor por aquí, señor por allá, y el comandante de la guardia civil que va a rendirle pleitesía. Son países
sin misterios, todo se hace a la luz del día, la policía pretende ser corrupta
por reglamento, gobierno y crimen organizado coinciden por dictamen
constitucional “
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