POR: RAÚL PACHECO
BLANCO.
No se parece ni a Sancho ni al Quijote. Está muy lejos de
ver molinos de viento, antes por el contrario es muy aterrizado. Y tampoco tiene las condiciones de Sancho pues si algo ha
tratado de hacer en la vida es cultivarse, bien sea con el estudio del
derecho o con la escribanza de libros, de los cuales ya lleva un montón. Se
parece más bien a Maqroll el gaviero, el personaje de Alvaro Mutis, por ser un
viajero impenitente. La vida le ha dado tantos frutos que se dedicó a lo que le
gusta: viajar.
Así que cada vez que
uno se lo encuentra en la calle, cuando tiene a un lado su bastón de peregrino,
su sombrero veleño y su barba de tres días, se
acaba de bajar de un avión que lo ha llevado a cualquier parte del
mundo: del Africa, del Asia, de Barcelona, de Europa o de los Emiratos árabes.
No tiene nada más en qué pensar, ya en su vejez muy bien llevada, no obstante
un grave contratiempo de salud que tuvo y que lo pone a cojear un tanto, que en
gastarse el capital que se ganó limpiamente en la vida, bien sea vendiendo
apartamentos o ejerciendo su profesión de abogado o metiéndose a la política. Y
fue bautizado en el sectarismo, ,como cualquier colombiano que se respete, tanto, que a su
hermano lo iban a bautizar con el nombre de Liberal, así como suena, pero como el cura que lo iba a bautizar seguramente era conservador, le
dijo que con ese nombre no podía entrar
en el reino de los cielos y entonces quedó en Liber. Y de ahí que su tránsito por la política lo llevó
al gobierno y a los cuerpos representativos. Precisamente en el gobierno
conoció a quien hoy en día es su segunda
esposa, cuando le aseguró un cargo que a
los liberales poco les gustó por tratarse
de una conservadora. Y esto los unió y
los llenó de una gran suerte, porque a partir de ahí Gustavo Pinzón González no
deja de hacer sus viajes, bien sea acompañado o solo y a su mujer se le vino la
fortuna encima, convirtiéndola en una acaudalada empresaria. Sus hijos todos
están muy bien, de ahí que no tenga la preocupación de dejarles nada, pues
ellos se bastan solos. De ahí que como única salida encontró en los viajes la
manera de deshacerse de sus denarios que le estorban y se los quiere más bien
gastar viendo un atardecer en Estambul o pararse debajo del Arco del Triunfo en
Paris o dentro del coliseo romano, donde ya no hay fieras ni cristianos sacrificados.
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