sábado, 29 de noviembre de 2014

PERFIL DE ALVARO GÓMEZ PARA LA FISCALIA.


POR:  RAUL   PACHECO  BLANCO.

 
La Fiscalía está empeñada en lograr armar el modelo de una personalidad tan compleja como la de Alvaro Gómez Hurtado, para tratar de encontrar el porqué de su muerte, qué hizo reaccionar a sus ejecutores, qué rasgos de su personalidad hacían que suscitara reacciones, bien  sea  de odio, de admiración, de recelo  o de respeto. De ahí que esté citando a periodistas como María Isabel Rueda, para que la ilustren en alvarología, para que le hagan el retrato hablado del personaje, con todas las implicaciones de orden humano, psicológico, social, político.

El sujeto pasivo del delito generalmente tiene algunas características que no son del agrado de sus posibles ejecutores. Bien sea por su cuna, su cultura, sus maneras, su temperamento, su inteligencia, su elegancia.  Además, de las razones políticas, de estado, de peligro para los intereses de los ejecutores. En el caso de Gómez lo fundamental estaba en la estética. En el fondo él era un artista, como lo fue de la palabra, de la pluma, del periodismo, de la pintura. De ahí que todo aquello que no rimara con esa concepción estética, lo desechaba. Cuando mantuvo fuertes enfrentamientos con Gilberto Alzate Avendaño, decía que de él lo alejaban muchas cosas, pero no tanto la ideología, como la estética. No podía soportar que Alzate llevara tamales para comer dentro de las sesiones del Congreso, ni que se vistiera a  boca de jarro, ni que tuviera los modales que tenía, más propios de la vida castrense que de los salones. Y esa figura de Duce criollo no la podía soportar; esa falta de equilibrio renacentista no era propio de los grandes hombres. La presencia era  lo más importante. De ahí que detestara el bigote. Ninguno de los Gómez, por lo menos en tres generaciones, nadie, ha tenido bigote. Menos al estilo cuajado de los mexicanos.  Además, suscitaba odios profundos, como su padre, quien prácticamente liquidó el conservatismo  cuando se hizo a la satanización de su política y esa herencia la recibió directamente Alvaro Gómez. De ahí que el tiempo psicológico se detuvo hasta que llegó a Alvaro Gómez para sacrificarlo, cuando no había podido en tiempo de Laureano.

Yo tuve la oportunidad de apreciar el odio que suscitaba en el vicepresidente del directorio conservador, cuando Alvaro Gómez  lo presidía. Y tuve que soportar toda una noche de improperios contra él, ante mi total desconcierto. De otra parte, era distante, lejano, no se comunicaba fácilmente y de ahí que suscitara  cierto rechazo, que pudo incidir también en la no elección a la presidencia. Yo recuerdo en un coctel organizado para lanzar una revista en Bogotá y mientras el expresidente Lleras hablaba de tú a tú  con sus copartidarios, Alvaro Gómez lo hacía a distancia, como si se hubiera trazado  la distancia que debía separarlo de sus interlocutores. En alguna ocasión me preguntó cuál era el nombre del dirigente que estaba cerca en una concentración y se trataba nada más y nada menos, que su jefe de debate en el departamento. Y así  por el estilo. Todo esto visto desde la perspectiva de los posibles ideadores y  ejecutores de su asesinato, llegó a producir y  a constituirse en un  elemento más, como factor determinante  de la acción delictiva. Y a eso debemos agregarle la motivación política.

 

 

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