sábado, 9 de agosto de 2008

“LA INGRATITUD DE SERPA”.

Por: Raúl Pacheco Blanco

Cuando se dice algo tan exagerado, pero tan exagerado que salta a la vista, entramos en un terreno diferente de lo verosímil y abordamos otros espacios, como por ejemplo, el de la ironía.
Que a Serpa lo eligió Hugo Serrano Gómez y no los santandereanos todos, sin distingos de partidos o grupos, no pasa de ser producto del delirio o de la alucinación.
Se trata de un hecho que no puede ser desvirtuado porque está ahí, latente, tan claro como la luz del día.
¿A quien se le ocurre que Horacio Serpa fue elegido por Hugo Serrano Gómez?.
Solo al honorable senador.
La capacidad electoral del senador no le alcanzaba para llegar a esas cifras finales, luego no hay necesidad ni de hacer cuentas.
Fue el mismo senador quien dijo que el liberalismo había recobrado la gobernación de Santander, y que prácticamente él lo había conseguido. Las cosas se pueden decir en forma explícita, pero también en forma implícita. Y en esa oportunidad el mensaje que transmitió fue ése.
A Serpa lo hicimos gobernador los santandereanos, por su trayectoria, que en muchos aspectos no estamos de acuerdo, pero salta a la vista que se trata de una persona honesta y pulcra, y del santandereano más destacado de las últimas generaciones políticas. Un rasgo muy destacado de la personalidad del santandereano es la paranoia, no en el sentido de considerarse un perseguido, sino en la autoestima que se espuma como una cerveza y que va mucho más allá de la real significación de la persona, a tal punto de entrar en delirio, en el terreno de la enfermedad del yo que se atribuye autorías que están muy lejos de la realidad.
Y si algo dignifica a Serpa en este tramo de su actividad política es haberse sustraído de esa política clientelista que lo estaba anulando, para adquirir la verdadera estatura del estadista, que es lo que se le pide a un gobernante.
Resulta muy aburridor explicar un artículo, pero dados los mensajes que recibí, de serpistas y serranistas, no hay más remedio que barajar un poco sobre el exacto sentido de mi artículo. Allí no me refería propiamente a la ingratitud de Serpa, sino al delirio del honorable senador y, precisamente para no caer en un terreno tan crudo y propicio para los agravios y, dadas las calidades del senador, darle un giro más presentable y elegante. Pero por lo visto la ironía ya no tiene vigencia en un ambiente tan caldeado, en que no hay matices, porque o todo es blanco o todo es negro. La ironía ha muerto, según el decir de Juan Gabriel Vásquez. A mi solo me queda gritar como los viejos monarquistas: ¡ La ironía ha muerto!. ¡ Viva la ironía!

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