POR: RAUL PACHECO BLANCO.
El sujeto pasivo del delito generalmente tiene algunas
características que no son del agrado de sus posibles ejecutores. Bien sea por
su cuna, su cultura, sus maneras, su temperamento, su inteligencia, su
elegancia. Además, de las razones
políticas, de estado, de peligro para los intereses de los ejecutores. En el
caso de Gómez lo fundamental estaba en la estética. En el fondo él era un
artista, como lo fue de la palabra, de la pluma, del periodismo, de la pintura.
De ahí que todo aquello que no rimara con esa concepción estética, lo desechaba.
Cuando mantuvo fuertes enfrentamientos con Gilberto Alzate Avendaño, decía que
de él lo alejaban muchas cosas, pero no tanto la ideología, como la estética.
No podía soportar que Alzate llevara tamales para comer dentro de las sesiones
del Congreso, ni que se vistiera a boca
de jarro, ni que tuviera los modales que tenía, más propios de la vida
castrense que de los salones. Y esa figura de Duce criollo no la podía
soportar; esa falta de equilibrio renacentista no era propio de los grandes
hombres. La presencia era lo más
importante. De ahí que detestara el bigote. Ninguno de los Gómez, por lo menos
en tres generaciones, nadie, ha tenido bigote. Menos al estilo cuajado de los
mexicanos. Además, suscitaba odios
profundos, como su padre, quien prácticamente liquidó el conservatismo cuando se hizo a la satanización de su
política y esa herencia la recibió directamente Alvaro Gómez. De ahí que el
tiempo psicológico se detuvo hasta que llegó a Alvaro Gómez para sacrificarlo,
cuando no había podido en tiempo de Laureano.
Yo tuve la oportunidad de apreciar el odio que suscitaba en
el vicepresidente del directorio conservador, cuando Alvaro Gómez lo presidía. Y tuve que soportar toda una
noche de improperios contra él, ante mi total desconcierto. De otra parte, era
distante, lejano, no se comunicaba fácilmente y de ahí que suscitara cierto rechazo, que pudo incidir también en la
no elección a la presidencia. Yo recuerdo en un coctel organizado para lanzar
una revista en Bogotá y mientras el expresidente Lleras hablaba de tú a tú con sus copartidarios, Alvaro Gómez lo hacía a
distancia, como si se hubiera trazado la
distancia que debía separarlo de sus interlocutores. En alguna ocasión me
preguntó cuál era el nombre del dirigente que estaba cerca en una concentración
y se trataba nada más y nada menos, que su jefe de debate en el departamento. Y
así por el estilo. Todo esto visto desde
la perspectiva de los posibles ideadores y
ejecutores de su asesinato, llegó a producir y a constituirse en un elemento más, como factor determinante de la acción delictiva. Y a eso debemos
agregarle la motivación política.